En el comienzo del cielo estaba preparado el carro del sol. Era un carro de fuego, con caballos también de fuego. Su brillo era inmenso. Todos los días recorría el cielo iluminando la tierra. Su conductor era mi poderoso padre Dios Sol que llevaba a los caballos con rienda firme, sin apartarse nunca del camino señalado. Pero ese día, el conductor seria yo, el joven Faetón.
-Faetón
ten cuidado. No te apartes del camino. No vayas demasiado rápido. Si el carro de
la luz y del fuego se aparta de su ruta, todo el mundo moriría quemado y la
tierra será consumida por las llamas.
Apenas escuché las palabras de mi padre: tomé las riendas e hice partir a los
caballos de fuego.
Al
comienzo todo iba bien, de pronto, sentí unos deseos irresistibles de
emprender una desenfrenada carrera por el espacio. Sin vacilar, azoté a los
caballos de fuego.
Estos
se encabritaron y se pusieron a correr con todas sus fuerzas. Traté de
dirigirlos o frenarlos, pero no podía dominar a los forzudos animales.
En un memento de pánico solté las riendas y los caballos terminaron por desbocarse, lo demás todo lo veo negro.
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