Hoy emprendí camino hacia el Palacio del Sol.-
Arduo es el sendero que me conduce a esa morada resplandeciente, de oro y granates, marfil y plata, y, cuando por fin entré en ella, no pude soportar la luz que irradia el rostro de mi padre.
Sentado en un trono de esmeraldas, el Sol tenía a su vera al Día, al Mes, al Año, a las Horas y a los Siglos; la joven Primavera repleta de flores, el Verano con espigas, el Otoño con sus uvas, el Invierno con su helada y blanca cabellera.
-¿Qué has venido a buscar en esta alta morada? - me preguntó el Sol con aquella luz deslumbrante.
-¡Oh, padre, dame una prueba de que en verdad soy hijo tuyo! ¡Aleja la incertidumbre de mi alma! -Le dije-
-Yo no puedo negar que eres mi descendiente. Y, para demostrártelo, te otorgaré lo que quieras. Pide, y yo te daré... ¡Lo juro por los ríos infernales que jamás he visto!
A lo que pedí:
-Dame tu carro de fuego por un día. Déjame guiar tus caballos alados.
Apenas lo dije, mi padre se arrepintió del juramento dado:
-¡Ojalá me fuera permitido renegar de mis palabras! Ignoras el peligro al que te expones; tu destino es mortal y lo que ambicionas no es propio de mortales. ¡Pídeme otra cosa, pero no ésta!
Pero yo insistí, el carro era lo que quería y no otra cosa, y el Sol no podía faltar a su juramento. Entonces, mi padre intentó convencerme enumerando los riesgos a que me exponía y me dijo:
-Escúchame, Faetón, ningún dios, ni Júpiter, puede conducir ese carro que me está destinado; la primera parte del camino es difícil para los caballos ¡tan empinada es! La parte media atraviesa la región más elevada del cielo y yo mismo he sentido muchas veces pánico al divisar desde esa altura el mar y la tierra. La última parte del sendero es una pendiente pronunciada y necesita un guía seguro, el cielo está en un continuo movimiento circular que arrastra a las constelaciones. Yo dirijo mi carro en sentido contrario con gran esfuerzo, ¿podrás tú avanzar contra la rotación de los polos sin que su veloz eje te arrastre? ¡Desiste de tu deseo! Me pides garantías de que soy tu padre... ¿Qué mejor garantía que mi angustia ante lo que pueda sucederte?
Esperé hasta el día siguiente para cumplir mi sueño. Nada me quitaría las ganas de volar.
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