Al comienzo todo iba bien, de pronto, mi hijo, Faetón sintió unos deseos irresistibles de emprender una desenfrenada carrera por el espacio. Sin vacilar, azotó a los caballos de fuego.
Estos se encabritaron y se pusieron a correr con todas sus fuerzas. Mi hijo trató de dirigirlos o frenarlos, pero no pudodominar a los forzudos animales.
Los Dioses y hombres vieron algo espantoso. El carro del sol se apartaba de su camino y se dirigía hacia la tierra. Todos iban a morir horriblemente quemados
-¡Zeus!- grité-. No permitas que esto se acabe
Zeus, el padre de dioses y los hombres, no vacilo ni un momento. Tomó el más destructor de sus rayos y con violencia infinita lo lanzó sobre mi hijo. De el no quedaron si no cenizas. De un salto inmenso llegué hasta el carro arrastrado por los caballos desbocado. Tomé sus riendas con mis manos inmortales, y el carro de fuego volvió al camino que tenía que recorrer.
Mientras volvía a mi morada, con inmensa pena veía que las cenizas de mi hijo se esparcían a lo largo y ancho del cielo. El mundo se había salvado, pero mi corazón de padre sufría astrosamente.
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